martes, 7 de abril de 2020

Diario de un acoso mal interpretado



El 12 de marzo lo tuve claro. Queda solo un día de pesadilla, lo están diciendo por Facebook. A partir de mañana viernes empieza la calma. No tenía mucho sentido ni coherencia con lo que escuchaba en las noticias, pero para mí todo el mundo estaba del revés. Ese revés comenzó hace dos años cuando tuve la malísima suerte de cambiarme de instituto. Mi madre aceptó una buena oferta de trabajo, con un sueldo mejor… con una nueva vida, como decía ella. Una mierda. Yo me hubiera quedado con papá, pero en las guerras internas familiares yo no podía entrar. Me consideraban daños colaterales. Así es que, cuando aterricé en aquella nueva vida, empezó mi propio calvario. Tener quince años, ser delgada, mona, morena y con el pelo largo… no era buena idea. Ahí empezaron los problemas.

Por cierto, no me he presentado. Soy… Eva, por ejemplo. Tengo quince años y el 13 de marzo empezaron, para mí, los mejores quince días de mi última vida. 
Ese día nos dijeron en el instituto que, de momento, se suspendían las clases presenciales, que íbamos a seguir trabajando, pero desde casa, que los profesores nos iban a mandar trabajo y esas cosas. Algunos compañeros gritaban de alegría porque no había instituto, otros tenían cara de miedo, y otros, como yo, teníamos cara de “por fin se han escuchado mis plegarias”. Si me ve Rosa, se habría dado cuenta y antes de salir del instituto me hubiera pillado en el baño. 
Lo del confinamiento en casa me parecía una salvación. Qué más da cómo vaya el mundo, ¿quién se había preocupado de cómo me iba a mí? Ni siquiera el imbécil de educación física aquel día que Rosa me movió la colchoneta cuando saltaba el potro. Qué chorrada lo del potro. Y qué doloroso fue, no partirme el labio, sino las risas de toda la clase. Y él, como si aquello fuera normal, me mandó a conserjería con otro compañero y siguió la clase, tan normal. A mí me curaron las heridas en el centro de salud, las otras heridas… me las lamía sola en el sillón de mi habitación.  Al día siguiente el director hizo un amago de bronca en su despacho, Rosa pidió perdón con cara de arpía y todos tan contentos. Menos yo.
Así es que, a partir del día 13 de marzo, para mí sí son vacaciones, qué queréis que os diga. Aunque no fue todo tan bonito como yo pensaba. Cuando empecé a ver en Instagram y Facebook fotos mías que yo no publicaba.... Ya no había agresiones físicas en el pasillo o en el baño; ahora eran en las redes sociales. Mi amigo Mario fue el que me avisó. Así que dejé de entrar en ellas el jueves 19, el día del padre. Después de felicitar a papá, decidí no volver a entrar. 
Y aquí estoy, confinada en un piso de 58 metros cuadrados. Con mi madre medio histérica porque no está conmigo lo suficiente (yo lo agradezco porque no le perdono que aceptara esa oferta) y viendo el telediario para ver si dan otros quince días más. 
Me debato en una gran dicotomía: por una parte, el dolor y el miedo de esta pandemia y por otro, que por primera vez en dos años estoy tranquila, segura, sin miedo. Quiero seguir así, quiero que este confinamiento no se acabe. 
Mi madre es enfermera en uno de esos hospitales que salen en la tele. Llega a casa reventada y prepara un protocolo digno de una guerra. Sé que está cansada, y a veces, cuando ya se ha desinfectado del virus y se pone la ropa de estar en casa, la abrazo y le digo que todo va a salir bien. Sin arco iris ni nada, solo se lo digo. Y ella, toda inocente, me dice que todo pasará y que pronto volveremos a hacer vida normal, que en nada volveré al instituto y todo será como antes. Y entonces, vienen todos los fantasmas a la vez y me pegan un bofetón de realidad, que ya quisiera dármelo Rosa. Pero no le digo nada, no puedo contarle mi calvario, porque ella tiene el suyo propio y porque no sé si me entendería. Probablemente, si se lo contase, buscaría el teléfono de la madre de Rosa e intentaría hablar con ella de lo que está pasando. Y después, todo sería horrible. No hay cosa peor en un instituto que un chivato. 
Hoy han vuelto a decretar quince días más, ¡qué bien! Lo siento por esa gente que lo está pasando mal, pero qué queréis que os diga... Estoy feliz. Hago todo lo que me mandan mis profesores, leo mucho y dibujo, a carboncillo. Por la tarde bailo en mi habitación y por las noches veo una serie que a mi madre y a mí nos mola mucho. Dios, seguiría en casa toda la vida. 
Hace poco me metí en Instagram... a ver cómo iba la cosa. Parece que se está aburriendo. Ahora la tiene tomada con otra chica, del B, que le recriminó que pusiese una foto mía en bañador, en aquella excursión que hicimos a la playa. Para qué se metería la otra. En la foto estaba patética, pero me defendió, y eso tengo que tenerlo en cuenta. Dice Mario que Rosa lo está pasando mal, que las cosas no están bien en su casa. Bueno... lo del karma y eso.
Ojalá todo esto pase pronto. Muere mucha gente y me duele el alma. Ojalá mañana sea 13 de marzo de 2029 y yo sea enfermera. 
Quiero ser como mi madre, una heroína sin capa, luchando por una sanidad pública para todos, con un trabajo digno y sacando adelante a una adolescente. Una adolescente acosada que calla por miedo, por vergüenza, por lástima. 
Quizá yo también tenga algo de heroína y no lo sé.  Alguien algún día lo juzgará. 




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